domingo, 14 de septiembre de 2014

Exposición en la Tate Modern, Londres

Universo Malevich


Una de las exposiciones más importantes durante este verano en Europa es la dedicada a Kasimir Malevich (1879-1935) en la Tate Gallery de Londres, y que todavía puede verse hasta finales de octubre. Si pueden, no se la pierdan: es una presentación amplia, precisa y hermosa de la trayectoria y la obra de este gran artista de la vanguardia histórica. Son muchas las instituciones que han colaborado para poner en pie un proyecto tan ambicioso, cuya primera presentación tuvo lugar en el Stedelijk Museum de Ámsterdam en el otoño de 2013, y después: en la primavera de 2014, en la Bundeskunsthalle de Bonn, en Alemania.
En Londres, limpiamente distribuida en 12 salas, en las que se muestran más de 500 piezas, de Malevich y de algunos otros artistas de su tiempo, y que siguen un orden básicamente cronológico aparte de las obras sobre papel y los materiales documentales, la muestra permite entrar plenamente en el universo Malevich. En la órbita compleja de un artista que desborda las etiquetas, al que se cita y se tiene en cuenta, fundamentalmente su referencial Cuadrado negro, pero cuya trayectoria, plena de variaciones y derivas, con su aspiración a un arte total, y con su importantísima dimensión teórica, no es suficientemente conocida. Esta es la ocasión.

Kasimir Malevich:  Autorretrato (1908-1910). 
Acuarela y goache sobre papel, 27 x 26,8 cm. Colección particular.

La vida de Malevich coincide con las grandes convulsiones que marcan el final de la Rusia zarista, las sacudidas revolucionarias de 1905 y 1917, la Primera Guerra Mundial, el inicio de la Unión Soviética, y después los años de consolidación del régimen estalinista. Nacido en Kiev, de padres polacos, los inicios de su pintura están marcados por un diálogo con el impresionismo y el simbolismo, que conoció básicamente a partir de reproducciones. En 1904, un viaje a Moscú le permitió ya un contacto directo con obras de las figuras de la vanguardia francesa: Monet, Cézanne, Matisse, Picasso... que formaban parte de algunas destacadas colecciones privadas.
Poco a poco fue adquiriendo una cierta notoriedad como pintor, junto a otros jóvenes artistas, abordando temáticas rusas con un planteamiento analítico, en el que se aprecia la reverberación del cubismo, y que a partir de 1912 le llevará al cubo-futurismo, concebido como síntesis de ambas tendencias de la vanguardia. De la pintura, Malevich se abre a la escritura, el teatro y la música, participa en la elaboración de manifiestos y, en diciembre de 1913, en la presentación de una ópera futurista: Victoria sobre el sol, en la que los hombres del futuro atrapan el sol. En su lenguaje plástico, a través del collage, la palabra se inserta en la pintura. Aunque él dató su primera versión del Cuadrado negro en 1913, parece que realmente la pintó en junio de 1915. Quizás la discrepancia se deba a la diferencia entre cuándo tuvo la idea y su posterior realización.

Kasimir Malevich: Cuadrado negro (1929). 
Óleo sobre lienzo, 79,2 x 79,5 cm. Galería Tretyakov, Moscú.

Muy deteriorada hoy esa primera versión de la obra, que parece que presentaba ya grietas y desgarraduras profundas meses después de su realización, en Londres se presentan dos de las distintas versiones posteriores de la misma, realizadas hacia 1923 y en 1929. El Cuadrado negro sería el emblema inicial, el punto de partida, de lo que Malevich denominó suprematismo, una concepción completamente nueva del arte, según la cual todas las disciplinas artísticas debían dejar de estar basadas en la representación de temáticas y motivos. En un texto escrito para la presentación de la hoy legendaria Última Exposición Futurista de Pinturas 0.10 (1915), Malevich señaló: "La pintura era el lado estético de algo, pero nunca fue original ni un fin en sí misma." Es decir, el suprematismo fue concebido como una emancipación plena del arte respecto a cualquier otro elemento externo.

Kasimir Malevich: Suprematismo - Autorretrato en dos dimensiones (1915). 
Óleo sobre lienzo, 83,5 x 65 cm. Stedelijk Museum, Ámsterdam.

En ese mismo texto, indica también: "El suprematismo es el comienzo de una nueva cultura... Nuestro mundo artístico se ha hecho nuevo, no-objetivo, puro. Todo ha desaparecido; queda una masa de material a partir de  la cual será construida una nueva forma." Recorriendo la exposición, uno puede apreciar cómo esas ideas crecen y se desarrollan, abriéndose en el caso específico de la pintura a una concepción de la representación plástica como un juego dinámico de planos, figuras geométricas y colores. Algo que brota de forma paralela, e independiente, de lo que en otro gran artista ruso: Vasily Kandinsky, se considera el camino a la abstracción, en este último caso a partir de 1911.    
En Rusia, los artistas de vanguardia apoyaron de forma entusiasta la revolución de 1917, sintiendo la gran transformación social como algo paralelo a su propia transformación radical del arte. Los planteamientos de Malevich le fueron llevando hacia una disolución gradual de la pintura, que culminaría con su pleno abandono. En 1919 escribió: "La pintura murió, como el antiguo régimen, porque era una parte orgánica de ello." El suprematismo se convirtió para él en una vía de transformación de la vida cotidiana. A partir de 1919 comenzó a dedicarse a la enseñanza, y al año siguiente a diseñar arquitectones, maquetas de edificios con las que pretendía aplicar las ideas suprematistas en la arquitectura.

Kasimir Malevich: Cabeza de un campesino (1928-1929). 
Óleo sobre contrachapado, 71,7 x 53,8 cm. Museo Estatal Ruso, San Petersburgo.

En su amplio y denso texto sobre el suprematismo, fechado en 1922, lo caracterizó no sólo como superación del arte del pasado, sino también de la supuesta multiplicidad de elementos esenciales constitutivos del ser humano, y habitualmente reducidos a la dualidad espíritu/materia. Pero esos elementos, escribe, son puras invenciones, ya que "en realidad hay un solo elemento: la emoción." Por eso, indica también, "la esencia del suprematismo es la totalidad de las emociones no objetivas, condicionadas por la naturaleza, sin finalidades ni determinaciones de género". La impronta espiritualista del Cuadrado negro y de todo el programa estético del suprematismo se desvela a partir de ese fondo emotivista, independiente de la razón, "instrumento ineficaz, incapaz de conocer o de crear nada".

Kasimir Malevich: Autorretrato (1933). 
Óleo sobre lienzo, 73 x 66 cm. Museo Estatal Ruso, San Petersburgo.

El retorno de Malevich a la pintura no se produciría hasta 1929, cuando Stalin había consolidado firmemente su poder. Bajo el manto del "realismo socialista", oficialmente impuesto, Malevich realiza obras de gran belleza y complejidad, en las que vuelven la representación de motivos, particularmente rurales, y la figuración, pero en síntesis con los hallazgos geométricos y cromáticos del suprematismo. En los años finales, ese realismo se acentúa algo más, aunque es importante advertir que en lugar de firmar sus pinturas con su nombre, Malevich lo hacía con un cuadrado negro. El suprematismo, el primado de la emoción, seguía vivo en su espíritu.


* Malevich.; comisario: Achim Borchardt-Hume; Tate Modern, Londre, hasta el 26 de octubre. 

PUBLICADO [en versión reducida]  EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.152, 13 de septiembre de 2014, p. 21. 

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