El escritor
frente al espejo*
De Julio Cortázar (1914-1984)
se han publicado muchos materiales póstumos, gracias sobre todo a la atención
continua de Aurora Bernárdez, que fue su esposa. Es algo lógico: Cortázar llegó
a plasmar una de las obras literarias más consistente y original en nuestra
lengua durante la segunda mitad del siglo veinte. La suya es una escritura abierta, que irradia luz. Y
dirigida, ante todo, a un universo de cronopios,
ninguno de éstos podría renunciar a seguir vibrando con las variantes de sus
juegos de lenguaje. Pero ahora tenemos algo
más. Y no cualquier cosa, sino un conjunto de transcripciones,
excelentemente editado por Carles
Álvarez Garriga, que nos muestra a Cortázar frente a sí mismo, en un relámpago
dilatado de lucidez: el escritor frente al espejo.
Ya en los años finales de su
trayectoria, las clases en la Universidad de Berkeley proporcionan a Cortázar
la ocasión de cuestionar y cuestionarse sobre el sentido y las inflexiones de
su itinerario como escritor. Fueron ocho clases, en las que en lugar de buscar
el distanciamiento de la teoría, de hablar sobre la literatura en general,
eligió una mirada introspectiva sobre sí
mismo. En su despliegue, aborda cómo se hizo escritor, las tres etapas que
caracterizarían su trabajo: "estética", "metafísica" e
"histórica", así como las diversas modulaciones de la narración: lo
fantástico, el realismo, la musicalidad y el humor, lo lúdico y el erotismo. Todo
ello con un contrapunto que actúa, a la vez, como hilo conductor, y que se
aborda de forma aún más explícita en los textos de las dos conferencias,
recogidos como apéndices: la referencia constante a América Latina, a su
compleja y difícil situación, y la responsabilidad política del escritor ante
la misma.
Lo mejor es que la
transcripción de lo que Cortázar dijo en sus clases es tan viva y directa que,
al leerlas, nos parece estar escuchándole en persona. Casi podemos
"oírle" contar sus propias narraciones, de la escritura a la
literatura oral, resumiendo y sintetizando. Asistimos a la importancia
desencadenante que para él tuvo "El perseguidor": "una especie
de bisagra que me hizo cambiar" (p. 88), el fascinante relato en el que el
gran músico de jazz Charlie Parker se convierte en Johnny Carter. Y en el que
de una manera tan intensa se muestra uno de los rasgos que definen su
escritura: la presencia en ella, desde los inicios, de un sentido, de una
reverberación, de carácter musical. Pues, como llega a decir, se sentía
"un músico frustrado", a quien le hubiera gustado ser "si no un
creador de música, por lo menos un gran intérprete" (p. 155). Afinidad con
la música y de un modo especial con el jazz, cuya gran influencia en él
reconoce por "esa increíble libertad de la improvisación permanente"
(p. 156), que es su divisa.
De gran interés resultan
también sus consideraciones sobre Rayuela,
su deslumbrante novela abierta en espiral,
a la que caracteriza como "un libro de preguntas" (p. 211), y que
sería en el fondo "una muy larga meditación sobre la condición humana
centrada en el individuo" (p. 209). En ella distingue tres niveles:
"el cuestionamiento de la realidad", "el cuestionamiento del
idioma" y "algunas maneras de acercarse al libro que le dieran una
mayor flexibilidad" (p. 223), con lo que alude en ese tercer nivel a las
distintas posibilidades de lectura de la obra que se le brindan al lector.
Cuestión ésta que, a su vez, se relaciona con la centralidad del juego, de lo
lúdico, en su obra pues, como señala, para él "todo lector ha sido y es un
jugador de alguna manera y entonces hay una dialéctica, un contacto y una
recepción de esos valores" (p. 183).
Esa noción del juego
compartido con el lector a través de la escritura es el núcleo central de una
serie de pequeños textos, escritos hacia los años cincuenta, y que se
publicarían con el nombre de Historias de
cronopios y de famas. La palabra cronopio,
señaló en las clases, "que no tiene ninguna relación con Cronos, el dios
del tiempo", le llegó como una visión interior en el intervalo de un
concierto. Juguetones e imprevisibles, los cronopios
se le aparecieron como "unos seres que se paseaban en el aire y eran como
globos verdes" (p. 184). Cuando después del concierto volvió a su casa,
"se produjo una especie de disociación" en la que "aparecieron
los antagonistas de los cronopios",
los famas, a los que siempre vio
"con mucho cuello, mucha corbata, mucho sombrero y mucha importancia"
(p. 185). El escenario se completa con la aparición de un tercer tipo de
personajes, "que no eran ni cronopios
ni famas", a los que llamó esperanzas, siempre en femenino, y que
"se situaban un poco en la mitad", pues tenían "algunas
características de los cronopios"
y, a la vez, "un gran respeto por los famas"
(p. 185).
En fin: en esas clases que
hoy nos llegan transcritas Cortázar desnuda su corazón, como Baudelaire que tan
presente está en su concepción de la escritura. Lo que nos da son ideas vividas sobre la literatura,
evitando en todo momento caer en lo pretencioso, o en la solemnidad.
Preguntando, dudando. Y, sobre todo, jugando, apoyándose en el humor, en la
ironía, como cuando indica que con lo que dice no pretende formular ninguna
"teoría literaria", sino formular hipótesis, "botellitas al mar
que podemos ir tirando y ustedes pueden a su vez discutir y criticar" (p.
133). Botellitas que llevan inscrita la luz de su escritura.
* Julio Cortázar:
Clases de literatura. Berkeley, 1980.
Edición de Carles Álvarez Garriga; Alfaguara, Madrid, 2013. 313 pgs.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.121, 4 de enero de 2014, p. 11.
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