El flujo líquido de la vida*
Nacido en Polonia en 1925, aunque
residente en Inglaterra desde 1971, Zygmunt Bauman es uno de los pensadores que
mejor ha sabido analizar los intensos procesos de cambio y transformación del
mundo de hoy. Su especialidad académica es la sociología, pero en sus libros y
publicaciones integra en todo momento, en una síntesis interdisciplinar,
distintas metodologías y puntos de enfoque, alcanzando así una profundidad
especial. Su caracterización de nuestra época con la fórmula modernidad líquida: un tiempo fluido, de
cambio y transformaciones constantes, se ha convertido paradójicamente en un
sólido punto de referencia del pensamiento actual.
Uno de los rasgos del personaje es su
sensibilidad ante lo que significan las nuevas redes digitales de comunicación,
y en relación con ello la facilidad y asiduidad con las que mantiene
entrevistas y conversaciones a través de los canales más diversos. Sobre la educación en
un mundo líquido es, precisamente, un libro de
conversaciones. Conversaciones que, en este caso, no surgen de un encuentro
directo, sino del intercambio de correos electrónicos. Menos espontaneidad,
quizás, pero sin duda más precisión. En todo caso, un signo más de hacia dónde
van los libros en este tiempo de transiciones continuas.
Las ideas de Bauman fluyen con intensidad a partir de las consideraciones
y preguntas que le plantea su interlocutor. Aunque el núcleo central del
análisis es la transformación de los sistemas de educación en su conjunto en
nuestras sociedades globalizadas, y
la nueva situación de desplazamiento y creciente marginalización de los
jóvenes, todo ello se inscribe en un marco de acontecimientos y problemas que
hemos vivido recientemente. Mantenidas en 2011, las conversaciones registran el
impacto de "la primavera árabe", el brote de "la
indignación" en las plazas públicas en España, Grecia e Italia, o de los
disturbios con un trasfondo de exclusión social en Inglaterra.
Respecto a ese impacto de lo inmediato, es interesante lo que sugiere
Bauman. Señalando como una insuficiencia en las acciones de los indignados su
falta de alternativas, como en más de una ocasión ya se ha dicho, considera sin
embargo que esas acciones "están destinadas a cumplir una hazaña
auténticamente revolucionaria: desacreditar el statu quo, dejar expuesta su impotencia y de esta manera impulsar
su colapso." (p. 134). Se dibuja así
un nuevo horizonte social y político, el del descrédito de la política
tradicional y la necesidad de encontrar e impulsar nuevas formas de
representación política que atiendan, de verdad, a las necesidades e intereses
de los ciudadanos en lugar de someterse a núcleos difusos y ocultos de poder.
Muy agudo es su análisis de la impregnación generalizada del consumo: "Ahora todos somos consumidores."
(p. 99), a través de la cual se ejerce y expande el poder de los mercados. Si
hay problemas, relajémonos, salgamos de compras… Bauman indica que en lugar de
apoyarse, como los poderes de otro tiempo, en la coerción, en la rutina y la
disciplina, el consumo propone placer, confort, conveniencia y reducción del
esfuerzo, convirtiéndose así en "una trampa" excepcionalmente difícil
de resistir. Actúa, a la vez, como un espejismo y un procedimiento
compensatorio: "Después de todo, una vida de consumo se vive como una
suprema expresión de autonomía, de autenticidad y de autoafirmación. Y estos
son los atributos (desde luego, las modalidades) sine qua non de un sujeto soberano." (p. 137).
En estas sociedades de consumidores, señala, "la industria del desahucio,
de la sustracción y de la eliminación de desechos es uno de los pocos negocios
que tienen asegurado un crecimiento constante", en la medida en que
"el exceso y el despilfarro son los principales flagelos endémicos de la
economía consumista." (p. 50). En ese contexto, el de "una sociedad
capitalista como la nuestra", que se ocupa en primera instancia de la
defensa y preservación de los privilegios predominantes, y sólo en segundo
término y como un objetivo distante de rescatar al resto de las personas de su
situación menesterosa o de necesidad, los jóvenes, a pesar de su formación
universitaria, son los más negativamente afectados: "esta categoría de
graduados, que tiene metas muy altas pero muy pocos medios, no tiene a nadie a
quien acudir en busca de asistencia o solución." (p. 56). De ahí el
diagnóstico: "Ésta es la primera generación de posguerra que se enfrenta a
la perspectiva de una movilidad descendente." (p. 55), confrontado con el
deseo de avance y mejora en la escala social a partir de la educación.
Si ese contexto económico impone descarnadamente su "ley", en
la dificilísima situación actual de las jóvenes generaciones incide también,
como es obvio de un modo decisivo, el desfase de los sistemas educativos
tradicionales. Frente a la educación tradicional, basada en el aprendizaje y la
acumulación, el marco actual de los canales mediáticos y las redes sociales,
con su onda expansiva e instantánea de información, siempre reiterativa,
favorece "una cultura del desapego, de la discontinuidad y del
olvido" (p. 46).
¿Qué hacer, entonces…? Bauman apunta en una dirección: "alguna
clase de genuina 'revolución cultural'" (p. 39). Aunque se echa en falta
ir más allá: ¿cómo se llegaría a ella?, ¿con qué medios?, ¿cuáles serían sus
características? En todo caso, este incitante pensador nos muestra no pocas
claves de lo que constituye el flujo de la vida, la trama de la experiencia, en
el mundo de hoy.
* Zygmunt Bauman: Sobre la educación en un mundo líquido. Conversaciones
con Riccardo Mazzeo. Tr. esp. de Dolores Payás Puigarnau; Paidós, Barcelona,
2013. 151 pgs.
Hola a todos:
ResponderEliminarPienso que, a pesar que se piense lo contrario, para la auto-construcción
de la personalidad, resultaría interesante poder tener una visión anacrónica
de los tiempos que a cada uno le toque vivir. Alejarse parcialmente del contexto de cada época; recoger todos aquellos valores que el pasado, presente y futuro nos puedan sugerir, pudiera ser un camino desde el que
quizás "el consumo" pudiera reconducirse hacia parámetros más suaves y
mucho menos controlados por los constructores de contextos...
Es verdad que un anacronismo radical tampoco ayuda. La clave, en mi opinión,
consistiría en vivir el presente, pero sin permitir tal ceguera que nos cosifique
en meras mercancias (consumidores). Todo ello puede ser logrado con cierta
decisión + educación + muchas ganas de ser uno mismo (a pesar que nuestro
proceso auto-constructivo no tenga un final completo).
En definitiva, poder ser independientes e individuales pero dentro de un marco
común social. Libres del contexto "convencional" que cada época impone a sus contemporáneos.
Un saludo.