En torno a
los autorretratos de Picasso
Yo es otro
Rendir homenaje a Picasso,
celebrar los cincuenta años del Museo que lleva su nombre en Barcelona. Las dos
motivaciones se unen en una exposición de gran interés: Yo Picasso. Autorretrato, que presenta 90 obras, comisariada por
Eduard Vallès e Isabel Cendoya. Lo considero un gran acierto, pues a pesar de
que la representación de sí mismo, el autorretrato, recorre como un hilo rojo
toda la trayectoria de Picasso: de 1895 a 1972, esta es la primera muestra
organizada en torno a esa temática. Hay que señalar, además, que de los
aproximadamente noventa autorretratos de Picasso que se conocen una cuarta
parte de los mismos forman parte de la colección del Museo Picasso de
Barcelona.
Picasso comenzó muy pronto,
siendo un adolescente, a representarse a sí mismo. En ese momento de fijación
de la identidad, la exaltación del «Yo», que solía anteponer a las diversas
variantes de firmas que entonces ensayaba en sus obras, se modula también
plásticamente en una gama cambiante de modelos, gestos y actitudes. Reconocible
en sus rasgos, Picasso ya mostraba en sus autorretratos juveniles su capacidad
de metamorfosis, de cambio: podía ser, encarnar, cualquier personaje.
Pablo Picasso: Autorretrato (1907). Óleo sobre lienzo, 50 x 46 cm.
Narodni Gallery, Praga.
Naturalmente, la intención
principal apuntaba a que se le viera como "gran pintor", acentuando
en sus rasgos la dimensión legendaria de la figura del artista que, desde la
Antigüedad Clásica hasta estos días de famas y prestigios mediáticos, subraya
el supuesto carácter diferencial de la personalidad del artista frente a los
demás seres humanos. Como género artístico, el autorretrato tiene sus orígenes
en el Renacimiento, cuando se establece una nueva tipología del artista como un
ser dotado de una nueva dignidad y rango social. Y tiene un punto de apoyo
fundamental en el uso de espejos, que se hicieron ampliamente disponibles en el
siglo XV, gracias a la evolución de la tecnología del vidrio.
El autorretrato supone una
búsqueda y cuestionamiento de la identidad: «¿Quién soy yo?», y a la vez un desdoblamiento,
tanto erótico como artístico, en la imagen. En realidad, el autorretrato actúa
como un espejo simbólico: la imagen
del artista se repite no una única vez, sino hasta el infinito, en los ojos de
quien mira, estableciéndose así una asociación con el carácter de
"mago" o "taumaturgo" del artista. El autorretrato implica el rebote, la devolución de la mirada. Los
ojos que contemplan el retrato son, a su vez, mirados por los ojos de quien lo
pintó. De este modo, el eje de atención se sitúa en lo que constituye el centro
de gravedad de la pintura y las artes visuales en su conjunto: la visión, la
mirada.
Picasso se introduce sin
límites en esa trama de la representación, jugando en dos planos, que a la vez
articulan toda su obra: unidad en la construcción de lo visible y metamorfosis
en los cambios de estilo, lenguaje, temáticas y soportes. Pretendía la
omnipotencia, equipararse con Dios, como se pone de manifiesto en una frase
suya, recogida en diversas ocasiones: "En realidad, Dios es un artista…
igual que yo". Pero, claro, una cosa es el fulgor del deseo que modula y
hace brillar la exaltación del «yo-gran artista», y otra la consciencia de la
inevitable distancia entre lo que se desea y lo que se alcanza.
Pablo Picasso: Arlequín (1915). Óleo sobre lienzo, 183 x 105 cm.
The MoMA, NY.
Si los autorretratos, en
sentido preciso, son bastante abundantes en los años juveniles, muy pronto
empiezan a conjugarse en Picasso con lo que, en mi opinión, constituye su gran
aportación a la representación de la figura del artista: los disfraces y las
metamorfosis. La omnipotencia: puedo ser, en el espejo plástico de la
pintura cualquier ser, cualquier personaje, el artista se equipara con Zeus o
con el cambiante dios Proteo. Y, a la vez, el reconocimiento del límite: la
auto-negación e ironía que se deslizan en los disfraces y metamorfosis irrisorios.
Picasso «es» Picasso, pero también arlequín, acróbata, sombra, toro, minotauro,
mosquetero… hasta llegar a esa mirada, intensa y desnuda, ante el espejo de la
muerte, muy poco antes de que ésta llegara, en el último autorretrato, un impresionante
dibujo a lápiz y ceras de color de 1972. Una de las piezas de mayor fuerza y
tensión hipnótica de toda la obra de Picasso.
En último término, los
autorretratos, disfraces y metamorfosis de Picasso expresan en profundidad el
gran conflicto interior, el dualismo, tanto de su personalidad como de su
trayectoria artística. Picasso se sentía dotado de una intensísima fuerza creativa
que se proyectaba en el deseo de controlar la realidad, de dominar a las
mujeres y a los hombres. Pero, a la vez, se sentía acuciado por la experiencia
dramática de lo no controlable, de lo que no podía dominar, de lo que se
situaba más allá de su poder. Sobre todo: del paso del tiempo, el
envejecimiento, la muerte. Ahí ya no valen metamorfosis, ni disfraces.
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