La luz de la memoria
En la muestra se
presentan 38 obras: pinturas y esculturas, datadas entre los años 2000 y 2018,
lo que constituye una estela luminosa de su última etapa. En ellas podemos
apreciar el carácter abierto de su trabajo, con referencias directas a
referentes y personajes literarios: Don Juan Tenorio, Doña Inés, Moby Dick,
Fausto, Dorian Grey, Fantômas. Musicales: el holandés errante (Richard Wagner), Falstaff (Verdi),
Madame Butterfly (Puccini). A escritores: Miguel
de Unamuno, James Joyce. O a cineastas: Orson Welles.
Doña Inés (2007). © Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 20182019.
Algo que constituye
una constante en su trayectoria, en la que se encuentran muchos más nombres y
referencias de obras literarias, artísticas, y musicales. En realidad, en línea
con el flâneur (paseante) parisino
que diseñó Charles Baudelaire, Arroyo siempre fue un paseante con los ojos
plenamente abiertos hacia las luces y sombras de la vida, hacia el ritmo de los
tiempos.
Eso sí, todo se
mezcla. Cortar y pegar: el collage, ha sido una constante del itinerario de
Arroyo. En estas obras este procedimiento alcanza una gran intensidad, tanto en
las pinturas como en las esculturas, dispuestas como en un juego de síntesis de
fragmentos y partes, como si fueran mosaicos plurales, abiertos a la variación
de temas, colores, y materiales.
El divorcio de Fantômas (2016). © Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 20182019.
El mundo se
configura como un cruce de humanos (hay uno invisible), y animales: caballos,
vacas, peces, murciélagos. Y ahí destella la mirada crítica al casticismo
hispano: monjas, frailes, tenorios, caballeros andantes. Como en la pintura de
2017 El retorno de las cruzadas, en
la que un picador a caballo se desplaza a través de un interior con un
entramado al fondo de mosaicos de paisajes diversos.
En ese ir y venir
plástico, destellan continuamente la interrogación y la ironía. La pregunta
punzante acerca de lo que vemos cuando miramos: Arroyo introduce en todo
momento un distanciamiento que lleva a la reflexión. Algunas cuestiones son
centrales, sobre todo el cuestionamiento de la identidad: nada es lo que
parece. Y de ahí todo un repertorio de imágenes en el que el rostro aparece
cubierto: con la máscara, el antifaz, o las gafas con cristales opacos. Yo no
soy yo, tú no eres tú.
Moby Dick (2018). © Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 20182019.
Además de artista
plástico, también escritor, Arroyo publicó en 2016 un libro: Bambalinas, en el que plasma un relato
de su existencia a través de las máscaras que tuvo que ir adoptando. Pero
Arroyo puntualiza que si antes las máscaras protegían la libertad, en la
actualidad todo el mundo estaría enmascarado, para no dejarse ver, por miedo a
la identificación.
Y junto a la máscara
y la ironía, el pastiche: la superposición de imágenes que entran en nosotros y
se quedan. En el catálogo de su exposición Los
bigotes de la Gioconda (2009), Arroyo escribió: “No se nos escapa que las
imágenes que hemos visto una sola vez, y de refilón, en cuadros, fotografías,
textos, se han quedado depositadas en el fondo de nosotros mismos, y esta
especie de herencia visual nos da derecho a manipularlas, copiarlas y
utilizarlas sin ningún complejo de culpa porque nos pertenecen simplemente.”
El buque fantasma (2018). © Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 20182019.
Máscara, ironía y
pastiche que confluyen en la última pintura de Arroyo, que da título a la
muestra: El buque fantasma. En ella,
la leyenda wagneriana del holandés errante se sintetiza en una nave, quizás un
submarino, entre dos caballitos de mar de color rojo intenso, y en las aguas de
lo que sería un mar de máscaras de Fantômas. La significación de esta obra
alcanza aún más intensidad porque, a pesar de que se nos dice que fue su última
obra, pintada por tanto en 2018, cuando la vemos se lee claramente en el lienzo
la inscripción ARROYO 98. ¿Un error de datación…? Según la comisaria, todo empezó
por una errata al poner la fecha, pero de ahí Arroyo pasó a jugar con el dato:
hizo viajar intencionalmente a la pintura veinte años hacia atrás.
Ahí estamos: el
tiempo, la existencia, la vida, son frágiles, dispersos, cambiantes. Por ello
es tan necesario comprender que las imágenes y la luz que transmiten no es algo
fijo, ni estable. Van y vienen en el curso de la experiencia, a través de lo
que fijamos en el recuerdo. Eduardo Arroyo: la luz de la memoria.
*
Eduardo Arroyo. El Buque Fantasma.
Real Jardín Botánico, Madrid. Comisaria: Fabienne di Rocco. Del
12 de enero al 17 de marzo de 2019.
* Publicado en ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.361, 19 de enero
de 2019, pp. 20-21.
No hay comentarios:
Publicar un comentario