domingo, 12 de febrero de 2017

La vanguardia artística rusa

Hoy es mañana

El arte brota siempre en el tiempo, en el ámbito de situaciones sociales y culturales específicas, concretas. El extraordinario despliegue de propuestas artísticas en todos los ámbitos del arte: literatura, teatro, música, artes visuales…, en los treinta primeros años del siglo XX en Rusia tiene como trasfondo el terrible impacto de las tres revoluciones políticas que allí se fueron sucediendo en ese periodo. Rusia estaba cambiando, y el inmovilismo del tiránico y anquilosado régimen zarista fue dando paso a esas fuertes sacudidas revolucionarias: en 1905, en febrero de 1917 y en octubre  de ese mismo año.
El anhelo de una nueva sociedad despuntaba también en la búsqueda de la innovación y de nuevos horizontes en los campos específicos de la cultura y las artes. Treinta años en los que podría hablarse de una gran aurora, de un florecimiento intensísimo en todos los espacios de creación, que acabaría terminando trágicamente con la implantación del régimen concentracionario estalinista: detenciones, deportaciones, muertes, exilios… En definitiva, silencio forzado.
Coincidiendo con los años de la Primera Guerra Mundial, tanto en Moscú como en San Petersburgo, se despliega el movimiento que hoy conocemos como Formalismo Ruso que impulsaría la consideración de la teoría y la crítica literaria como disciplinas autónomas. La voz poética de Vladimir Maiakovski (1893-1930) se agita con fuerza entre las masas que anhelan libertad. Vsévolod Meyerhold (1874-1940) introdujo en el teatro las propuestas creativas de la convención consciente y la biomecánica. En el cine, Sergéi Eisenstein (1898-1948) revolucionó en plenitud el montaje de las imágenes fílmicas. Y la música, con una riqueza que sigue resonando con la máxima intensidad en nuestros oídos y en nuestros corazones: Scriabin, Stravinski, Prokofiev, Shostakovich.
No menos luminoso fue el despliegue de creatividad en las artes visuales, un auténtico arco iris. Imposible, en el espacio disponible en este artículo, mencionar a todos los protagonistas. Pero importante y necesario, eso sí, recordar a los imprescindibles, para así ir haciéndose un pequeño “mapa” de esa auténtica explosión de las nuevas formas. Fíjense: Kazimir Malévich, Vladimir Tatlin, Vasili Kandinski, Marc Chagall, El Lissitzky, Alexander Rodchenko, Gustav Klucis. Y algo especialmente significativo, el importante número de mujeres artistas, y el gran relieve e importancia de sus obras. Entre ellas, Natalia Goncharova, Alexandra Éxter, Liubov Popova, Varvara Stepánova.

Lyubov Popova: Aire + Hombre +Espacio (1912).
Óleo sobre lienzo, 125 x 107 cm.

Durante décadas, ese impresionante florecimiento artístico ruso en las tres primeras décadas del siglo XX permaneció casi olvidado en Occidente. Fue en los años setenta del siglo ya pasado cuando comenzó un intenso proceso de recuperación y estudio que últimamente, y coincidiendo con la rememoración centenaria de los sucesos de 1917, ha dado lugar en el terreno específico de las artes plásticas, en un ámbito internacional, a un conjunto de importantes exposiciones temporales sobre la vanguardia artística rusa coincidentes en el tiempo.
¿Cuál fue el comienzo de ese despertar vanguardista…? Hay algunos aspectos especialmente relevantes. Por ejemplo, la formación de las grandes colecciones de Sergéi Shchukin e Ivan Morozov, que llevaron a Rusia un número impresionante de obras artísticas de grandísima calidad de la escena artística internacional de aquel tiempo, y especialmente de las grandes figuras tanto de los antecedentes como de la vanguardia artística francesa. Todas ellas, hoy, en los museos estatales rusos. Junto a ello, hay también que mencionar los viajes y desplazamientos de los artistas rusos a las ciudades-foco de la cultura europea en aquellos años: París, Berlín, Múnich, Roma…

Vasily Kandinsky: Amarillo-rojo-azul (1925).  
Óleo sobre lienzo, 128 x 201,5 cm.

Gradualmente, los artistas rusos fueron recibiendo los nuevos impulsos de la vanguardia europea: fauvismo, expresionismo, cubismo, futurismo… en un registro cosmopolita, hasta entonces nunca tan intenso en Rusia. Esos nuevos impulsos que venían “de fuera” se integraron, a la vez, con la voluntad de recuperar y renovar las tradiciones culturales propias y con el descubrimiento de lo nuevo en la misma Rusia: la vida en las ciudades y la expansión de las máquinas.
Todo eso se fue concretando en la aparición y despliegue de una serie de tendencias artísticas plurales. Los nombres históricos de las más destacadas son: neoprimitivismo, rayonismo, cubofuturismo, suprematismo, constructivismo y productivismo. Un rasgo común a todas ellas, que puede apreciarse incluso en sus denominaciones, es la síntesis de lo exterior con lo interior, de lo que llegaba desde Europa con lo específicamente ruso.
Antes de la Revolución del 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre en nuestro calendario), el arte ruso buscaba algo específico, a partir del contraste con el arte europeo. En un texto de gran profundidad teórica: “Del cubismo y el futurismo al suprematismo” (1915), Kazimir Malévich decía: “Me he transformado en el cero de la forma y emerjo de la nada a la creación, esto es, al suprematismo, al nuevo realismo de la pintura: la creación no-objetiva”. Hay que entender aquí “no-objetiva” como “no figurativa”, lo que permite comprender la impropiedad de la aplicación del rótulo “arte abstracto” al arte no figurativo de las vanguardias. El arte siempre ha sido abstracto, desde su descubrimiento cultural en la Grecia clásica conlleva en todo momento un proceso de abstracción de las formas.

Kasimir Malevich: Autorretrato en dos dimensiones (1915). 
Óleo sobre lienzo, 83,5 x 65 cm. Stedelijk Museum, Ámsterdam.


En términos generales, la Revolución fue vivida por los artistas rusos como un acontecimiento que abría una vía de convergencia de la vida y el arte. Y así, el nuevo arte debía ser reflejo de la nueva sociedad en construcción. La línea que abrió quien fuera Comisario del Pueblo para la Educación entre 1917 y 1929: Anatoli Lunacharski, apuntaba en la misma dirección, manifestando en todo momento la necesidad de la no injerencia política en las actividades artísticas. En una de sus manifestaciones, que debería ser referencial para los políticos actuales, Lunacharski afirmaba: “en cuestión de forma no debe tenerse en cuenta el gusto del Comisario del Pueblo, ni de ningún representante del Gobierno”. Y a ello se unía la puesta en marcha de instituciones y museos para presentar “el nuevo arte” al pueblo.
¿En dónde se situaba entonces la convergencia entre arte y sociedad? Los propios artistas nos dan la clave: la aportación de los artistas a la construcción de la nueva sociedad se sitúa, principalmente, en una concepción del arte centrada en la acción, en el arte como acción. En su “Manifiesto realista” (1920), Naum Gabo y el alemán Nikolaus Pevsner decían: “La acción es la verdad más alta y más firme.” Y Malévich, en “El suprematismo” (1920), señalaba con rotundidad “la posibilidad de acabar con el mundo libresco al reemplazarlo por la experiencia, la acción, a través de las cuales todos comunicarán con la creación total.”

Tatlin con un asistente ante la maqueta del 'Monumento a la III Internacional' (Petrogrado, 1920)

Es decir, se buscaba un arte a pie de calle, capaz de introducirse de forma directa en la vida de la gente. En su declaración de 1920: “El trabajo por realizar”, cuando concibe y realiza la maqueta del Monumento a la III Internacional (que como tal monumento nunca llegaría a realizarse), Vladimir Tatlin pedía a los artistas “tomar el control de las formas encontradas en la vida cotidiana”. La utopía de la nueva sociedad actuaba como eco y reflejo, articulado con registros recíprocos, de la utopía de un arte nuevo. 

Marc Chagall: La caída del ángel (1923-1933-1947). 
Óleo sobre lienzo, 147,5 x 188,5 cm. Kunstmuseum Basel.

Ese “sueño” crítico y abierto se vino abajo, en paralelo también con la frustración de la utopía social, en los años treinta, bajo el dominio de Stalin. Su consuegro Andréi Zhdanov, nombrado en 1934 Secretario del Comité Central del Partido Comunista, acuñó el rótulo “realismo socialista” como expresión de la única línea permitida en el conjunto de las artes. Y eso conllevó la condena de la vanguardia, el retorno al tradicionalismo, la censura. Y aún peor: detenciones, internamientos en campos de trabajo, fusilamientos, exilios. La nueva aurora de la cultura y las artes quedó ahogada en la penumbra del crimen. Pero el arte resiste en el tiempo. Aquellos artistas nos siguen transmitiendo su hoy en el mañana actual, y en el que habrá de venir.      

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.269, 11 de febrero de 2017, pp. 12-13.

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