lunes, 23 de enero de 2012

Sobre los aerolitos, pensamientos-poesía, de Carlos Edmundo de Ory

Relámpagos de pensamiento


para Carlos, en el más aquí


"¿Quién dirá que grité música en un desierto?", escribió Carlos Edmundo de Ory (2003, 23). Y esos sentidos: la modulación por sí misma del sonido, aun sin que nadie lo escuche, definen su obra, única, especialísima, en la tradición moderna de la literatura en español. Su "escritura errante", como el propio Ory la caracterizó en el mismo poema que aquí evoco (Ory, 2003, 22), es todo un desafío para los habitualmente cómodos y perezosos encuadramientos de los manuales literarios. Siendo un gran poeta, Ory es a la vez más que un poeta. En ese vagar errante de su vida y su escritura, la poesía se funde con el pensamiento y la reflexión en un espacio transterritorial, fuera de lugar, alcanzando así una intensa unidad expresiva.

Carlos Edmundo de Ory - París, 25 de octubre de 2006.
Fotografía de Daniel Mordzinsky.

En ese salto o peripecia del lenguaje, éste se tensa para ir más allá de sí mismo, propiciando que el pensamiento destelle en las palabras como un relámpago. Aunque quizás sería más oportuno hablar de más aquí, en lugar de más allá: "Se dice el más allá, pero nunca el más aquí", escribió Ory (2009, 33). Porque se trata de modular las palabras, las frases, la vertiente material por la que el pensamiento fluye en el lenguaje. Y la tensión de las palabras, ese continuo llevarlas hasta el límite de sí mismas en el que Ory se demora, nos habla una vez y otra de su carácter viviente, sensible, radicalmente humanas. Con lo que su transcendencia, su persistente transgresión de los sentidos más pragmáticos o banales, se sitúa en el plano más interior en el que la palabra, y con ella el pensamiento, se hacen cuerpo. En el más aquí del ser humano.
Para alcanzar esa dimensión transterritorial, Ory hubo de asumir, como él mismo relata, una condición errante. Forjando en sus inicios ismos que rompían la plácida quietud de lo ya conocido: el postismo (en el terrible Madrid de la postguerra, en los años cuarenta, junto con Eduardo Chicharro y el italiano Silvano Sernesi), y después el introrrealismo (a principios de 1951, junto con el pintor dominicano Darío Suro), que buscaban la síntesis e interacción de medios y soportes expresivos diferentes. No es, así, extraño que el Ory escritor prosiga su búsqueda expresiva, a lo largo de toda su trayectoria, en la atención a la pintura y en la fabricación de collages, síntesis de visión y sentidos, similares en el ámbito plástico a los relámpagos de pensamiento que destellan en su escritura.
La dimensión errante implica exilio, soledad. En 1955, cuando tenía 32 años, Carlos Edmundo de Ory viaja por tercera vez a París, en lo que supondrá su instalación definitiva en Francia. Sobre ello recordará más tarde: “La tragedia abre en mi ser una etapa desconocida y dolorosa. Mi exilio va a cumplirse de una manera completa. Y estoy solo.” (Diario: 24 de julio de 1955; cit. por Rafael de Cózar en Ory, 1990, 38). Después vendrían estancias de trabajo y viajes a muy diversos lugares. Una de las piezas que quizás mejor resuma esa experiencia de extrañamiento, la dureza de la soledad y el exilio, es el soneto París, de 1961:

                       PARÍS
Oh París la tristeza muro helado
y sin perdón tu crimen largo quicio
donde golpeo la cabeza y vicio
mis ojos de negrura en sumo grado

Callejón sin salida infierno amado
de tremenda ternura en sacrificio
perpetuo (lobo aullante) maleficio
del corazón y amor asesinado

Pasé la puerta y no hallo la salida
dormido de cansancio en un invierno
no tendré más que un gato y una manta

Y en sueños viviré tu vida ciega
gozar tu fiesta y comparar tu infierno
con un paraíso en el que un ángel canta

(París, 25 octubre 1961)

Siempre me ha parecido extraordinariamente significativo que un poeta como Ory, volcado en la experimentación vanguardista, aceptara ceñirse a la estructura métrica y rítmica de una forma tradicional, como es el soneto, que ha utilizado con profusión. En un texto: Oración, que se remonta a 1949, se alumbra la idea de su origen cósmico, así como la síntesis que encierra de misterio, estructura y ser infernal: “Hablemos del origen cósmico del soneto. Tres cosas mueven su libre albedrío: su recámara, su ser infernal, su clave antigua. La recámara es el misterio; la clave es la estructura insobornable; el ser infernal quiere decir el donaire, el maquiavelismo, la cápsula ígnea, el feroz secreto, el Finisterre de las Aves Fénix, el quid divinum, el acrisolado barniz, el celestial pasatiempo, y en fin, la matriz de los ríos, la pícara nariz griega de Sócrates, y el rinoceronte. Porque la palabra vale la palabra, el viento vale lo fósil, el trabalenguas vale la lengua.” (Ory, 1988, 9). Palabra, viento y lengua articulan en un relámpago la resonancia cósmica que Ory encuentra en el soneto.
Viviendo desde 1967 en Amiens, ajeno, lejos de España, en Francia, siempre al margen de “escuelas”, “generaciones” o tendencias cerradas, Carlos Edmundo de Ory es ante todo una gran voz individual de la poesía en español de nuestro tiempo. Es decir: de la poesía, sin más. Gran medidor, u orfebre, del peso justo de la palabra y su sentido, lo que caracteriza centralmente su obra es la transterritorialidad de su lenguaje, su capacidad de construir universos a través de la palabra, emblema de los grandes poetas, en los que la lengua, el genio de la lengua, se reconoce.

Las manos de Carlos Edmundo de Ory - París, 25 de octubre de 2006.
Fotografía de Daniel Mordzinsky.

Poeta de la forma y el conocimiento, estudioso de la filosofía y de las tradiciones orientales del saber, como él mismo señaló: “La lectura, el estudio de las religiones, la filosofía, la compañía de los grandes poetas y el recuerdo de los grandes pensadores, he aquí mi círculo de soledad en el que puedo hallar, a veces, un tiempo tranquilo, apto para disipar la angustia.” (Diario: 21 de agosto de 1952; cit. por Rafael de Cózar en Ory, 1990, 38). De la poesía a la narración y el ensayo, escritor total, tal vez sea en sus aerolitos donde de manera más nítida se aprecia su voluntad de dar salida, fulgurante, al pensamiento en el lenguaje.
Los aerolitos son cuerpos celestes, de materia pétrea, que penetran en la atmósfera, y son luego recuperados en la superficie terrestre. Vienen, literalmente, del cielo, y son así comparables en su aparición al fulgor momentáneo y pasajero de los relámpagos. Al presentar sus aerolitos, Ory (2005, 7) señala que Nietzsche los llama sentencias y dardos; Novalis, polen; Baudelaire, cohetes; Joubert, pensamientos; Cioran, pensamientos estrangulados; André Siniaski, pensamientos repentinos; Rozanov, hojas caídas; René Char, hojas de Hypnos; Malcolm de Chazal, sentido-plástico; Louis Scutenaire, inscripciones; Antonio Porchia, voces y yo, concluye, aerolitos. La enumeración es de gran interés, porque con ella Carlos Edmundo de Ory sitúa sus aerolitos en el módulo de escritura que, en términos generales, conocemos como aforismos, pero a la vez llama la atención sobre la variedad, la polisemia y el carácter abierto que son propios de este tipo de escritura en síntesis, germinal.
Aunque se trata de un género no demasiado abundante en la tradición literaria en español, sorprende un tanto que Ory no mencione en su enumeración a Ramón Gómez de la Serna y sus greguerías. Es verdad que las greguerías de Ramón están más volcadas hacia el juego de lenguaje, la peripecia vital y la ironía de filiación romántica, mientras que los aerolitos de Ory brotan en el cuerpo del lenguaje en una encrucijada donde la poesía se encuentra con la interrogación filosófica. Pero, en todo caso,  la cercanía, la proximidad expresiva, es indudable. Si, por ejemplo, Ramón escribe: "La muerte es dormir sin nariz", en Ory encontramos: "Morir no es cosa del otro mundo".
En los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory encontramos en su grado más alto ese trabajo de orfebre del lenguaje a la búsqueda del último brillo de la palabra que es su signo distintivo. Uno de mis favoritos dice, taxativamente, "El Bien y el Mar", horadando con tan sólo la variación de una letra el agujero negro de ese misterio destructivo que los seres humanos somos incapaces de evitar, vaciándolo en el agua regeneradora y fuente de vida. Si lo ponemos en relación con otro aerolito: "Decir que las mariposas son animales es un insulto a las mariposas", y con un collage también de Ory que me es particularmente querido, Mar mariposas:

Mar mariposas para Ángela (2006)

podremos entender qué tipo de vuelo poético, qué relámpago de pensamiento, desvela nuestro poeta en su asedio de las formas. O podemos también, por último, mirarnos en el espejo de la palabra, en uno de sus aforismos más hermosos, un aerolito capicúa: "Despierto siempre despierto", que puede leerse como expresión de un deseo, pero a la vez también como descripción de un estado. Como el reflejo, la diseminación, de una misma palabra que se tensa en su búsqueda del siempre aquí y ahora, en su anhelo de eternidad del más aquí.



Referencias

- Carlos Edmundo de Ory (1988): Soneto vivo; Biblioteca de Autores Andaluces, Barcelona, 2004.

- Carlos Edmundo de Ory (1990): Metanoia. Edición de Rafael de Cózar; Cátedra ("Letras Hispánicas"), Madrid.

- Carlos Edmundo de Ory (2003): Melos melancolía. Prólogo de Pere Gimferrer. Epílogo de Jaume Pont; Igitur/poesía, Montblanc (Tarragona) [1ª ed.: 1999].

- Carlos Edmundo de Ory (2005): Los aerolitos; Calambur, Madrid.

- Carlos Edmundo de Ory (2009): Novísimos aerolitos. Dibujos de Laure Lachéroy; Fundación César Manrique (Colección "Péñola Blanca"), Lanzarote.


PUBLICADO EN: Caleta. Literatura y pensamiento; Segunda época, nº 16, Cádiz, 2011, pp. 307-312.



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