jueves, 7 de julio de 2011

Evanescencia (sobre Francis Naranjo)

à Texto publicado en el catálogo de la exposición francis naranjo SMILE, comisariada por Juan-Ramón Barbancho. Fundación Municipal Ayuntamiento de Gijón, Centro de Cultura Antiguo Instituto, 9 de junio - 17 de julio de 2011.


EVANESCENCIA

Es el nuestro un mundo poblado, sobrecargado incluso, de luces que, sin embargo no nos dejan ver. Ahí se sitúa la inquietante paradoja que atraviesa como una constante toda la trayectoria creativa de Francis Naranjo. No ver y ser visto. Controlado, expuesto, conducido. Sabemos que el exceso de luz ciega. Como ha escrito Yves Bonnefoy (1987, 22), "por desgracia, cuanto más claro se ve, con más dureza se padecen los efectos del punto ciego". Y eso es lo que nos pasa: vivimos envueltos en un exceso de luz, de sonidos, de palabras, de estímulos que actúan sobre nosotros como instrumentos de control.


Cada vez estamos más condicionados, casi configurados, por una red tecnológica, ahora con soporte digital, que organiza y distribuye el conjunto de las relaciones sociales. Michel Foucault fue quien primero habló del paso de las "sociedades disciplinarias", con su técnica principal: el encierro (no sólo en el hospital y la prisión, sino también en la escuela, la fábrica y el cuartel), a las "sociedades de control", que funcionan ya no por el encuadramiento espacial de los individuos, por el encierro, sino por un control continuo, diseminado, que se ejerce a través de flujos instantáneos de comunicación.
Partiendo de esa distinción, Gilles Deleuze (1990, 237) indica que se puede establecer una correspondencia entre los distintos tipos de sociedad y los diferentes tipos de máquina: "las máquinas simples o dinámicas para las sociedades de soberanía [identificables con las sociedades pre-modernas, pre-industriales], las máquinas energéticas para las disciplinas, las cibernéticas y los ordenadores para las sociedades de control". Aunque, a la vez, puntualiza que "las máquinas no explican nada, es preciso analizar las disposiciones colectivas, de las que las máquinas no son más que una parte."
La posición de Deleuze explicita un planteamiento que aparecía ya en Mil Mesetas, su obra de 1980, escrita en colaboración con Félix Guattari: la necesidad de oponer lo que allí llamaban "máquinas de guerra" al sistema de dominación. Estas máquinas de guerra, puntualiza Deleuze (1990, 233) "no se definirían en absoluto por la guerra, sino por una manera de ocupar, de llenar el espacio-tiempo: los movimientos revolucionarios (…), pero también los movimientos artísticos son máquinas de guerra de ese tipo."

Francis Naranjo, Nos vemos esta noche

No encuentro noción más apropiada para caracterizar las obras, las instalaciones, de Francis Naranjo, que esta de máquinas de guerra: propuestas elaboradas con un alto grado de sofisticación tecnológica, que buscan la máxima perfección en su acabado, pero cuya intención central es desvelar la inserción en nuestras vidas de la inaprehensible tecnología de control. Darle la vuelta a la tecnología utilizando sus propios procedimientos y su mismo lenguaje. Hacer ver lo que no vemos, pero que por ello mismo actúa sobre nosotros con más eficacia. La colaboración con el poeta Dionisio Cañas y con el compositor José Manuel López López, la introducción de la palabra y la música en las obras, intensifica el carácter multimedia, la proliferación expresiva, da respuesta en el terreno del arte a la pluralidad de canales que desarrolla y emplea la tecnología de control.
Francis Naranjo, Nos vemos esta noche, detalle de la instalación.

El instrumental quirúrgico, las cortinas o las cucarachas-robot nos hablan de la pretendida asepsia a la que se quiere someter al conjunto de las relaciones humanas. Por medio de ellas,  Francis Naranjo plantea un itinerario de reconocimiento de nuestra indefensión ante los ojos del control electrónico y de las derivas hospitalarias de un tipo de sociedades, las nuestras, en las que los criterios de visualización y de sentido permanecen celosamente ocultos. Guardados por poderes que no se dejan ver.  Pero la visión nos hace humanos, a través de ella llegamos al conocimiento y entramos en relación con los otros y con el mundo. Por eso, Naranjo reclama su función, su fuerza, la de una visión que no es esa ceguera inducida por el exceso de luz de la tecnología de control, sino una visión que, desde la interioridad, desde la comprensión de la situación en que vivimos, se dirige al reconocimiento del otro. Un "otro" que en su caso es también, siempre, el que mira, el espectador, al que busca convertir en cómplice, en quien intenta despertar su participación activa, abrir un cauce de reflexión a partir de lo que las obras proponen.
  "Si no ves la profundidad / es que no sabes mirar", leemos en uno de los paneles del "poema instalativo" Les Saisons (Las Estaciones). Algo que subraya la importancia que tiene en las propuestas de Francis Naranjo esa tarea de liberación de la mirada, concebida como un proceso de emancipación sensible, conceptual y ético. Y que remite igualmente, como es obvio, a saber oír, a despertar el destello del reconocimiento de la palabra del otro, negada en el demasiado habitual infierno de las relaciones de pareja. Y que se resuelve, también, en una risa de impotencia ante la petición de socorro, de ayuda, que no sabemos cómo atender.
Se trata de dar una respuesta "fría", de oponer una evanescencia, una desaparición del gesto pretendidamente inmediato, para abrir la vía, desde el arte, a un rechazo reflexivo, mental y corporal, del sistema de dominio, también él no manifiesto, evanescente, que nos controla y somete. Como afirma Deleuze (1990, 235), "el arte es lo que resiste: resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la vergüenza." Las obras, las instalaciones, de Francis Naranjo son, en ese sentido, tanto máquinas de guerra como espacios de resistencia, en las que, con lucidez, el trabajo artístico se desplaza a criterios de sentido y significación distintos a los del pasado. Tienen en cuenta el paso de un sistema de dominación que actuaba acuñando moldes, de carácter estático, a otro, el de hoy en día, que opera a través de una modulación intensa y constantemente dinámica: "Los encierros son moldes, vaciados distintos, pero los controles son una modulación, como un vaciado auto-deformante que cambiaría continuamente, de un instante a otro, o como un tamiz cuyas mallas cambiarían de un punto a otro." (Deleuze, 1990, 242). Se trata de ir más allá de la luz cegadora. Más allá de la ignorancia. Y, desde luego, más allá de la autocomplacencia cínica, satisfecha con los residuos de beneficio y de poder que así obtiene. Se trata de resistir. De llamar a la resistencia.
Cuando comprendemos, en nuestros labios alumbra una sonrisa contenida. Melancólica. Cuando, dolorosamente, asimilamos que no hay salida, al menos de forma inmediata. Que el mundo está, definitivamente, mal hecho. Que el dolor es irreprimible. Y el sistema de control no es tan torpe como para negarlo, simplemente lo oculta, lo desvanece. Nos queda la respuesta desencadenada, emotiva, de la risa trágica, que reconoce el carácter inevitable del sufrimiento. O mejor, de nuevo, desde la resistencia "fría", a la altura de los tiempos, la sonrisa melancólica. La misma, aunque Cervantes no lo dice, que debió esbozar Don Quijote después de ser vencido por el Caballero de la Blanca Luna, el otro yo del Bachiller Sansón Carrasco, y comprender que sus correrías de caballero andante, es decir: su posibilidad de acabar con la injusticia, habían llegado a su fin. Eso indica, en todo caso, que Don Quijote decidiera entonces hacerse pastor. De la novela de caballerías a la novela pastoril.

Francis Naranjo, Two Friends

Reír. Tal vez sonreír. Nunca llorar. Sonreír asumiendo en el reconocimiento melancólico de que las cosas no pueden ser cambiadas, el aguijón persistente, que sigue vivo, activo, de nuestro deseo irreprimible. Nuestro mundo no está aquí. El sueño de un mundo mejor sigue brillando en el destello melancólico de nuestra mirada. En nuestra risa ante lo absurdo que cerca y cercena la vida. Risa trágica. O, tal vez, sonrisa. Abierta a sí misma, al eco de la melancolía.

Referencias
- Yves Bonnefoy: (1987): Rue Traversière et autres récits en rêve; Éditions Mercure de France, Paris. Tr. esp. de Julián Mateo Ballorca: Relatos en sueños; cuatro.ediciones, Valladolid, 2009.
- Gilles Deleuze (1990): Pourparlers; Les Éditions de Minuit, Paris.

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