domingo, 1 de febrero de 2015

Cartas a jóvenes filósofas y filósofos


Hoy, todavía, siempre: filosofía

En 1929, Rainer Maria Rilke, uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo, publicó en forma de libro sus Cartas a un joven poeta. En ese libro, en efecto, se recogen diez cartas, escritas entre 1903 y 1908, y dirigidas a un joven poeta cuyo nombre y eventual obra no consiguieron fijarse en el agudo filtro del curso del tiempo. Sin embargo, esos textos de Rilke no son sólo una de las mejores síntesis de su poética, de su intensa manera de comprender el itinerario poético como un compromiso sin límites con la vida y la humanidad, sino también una de las mejores incitaciones a cualquier joven, a cualquier ser humano que sale de su adolescencia, para asumir un compromiso con una vida creativa, con una voluntad de realización más allá de las meras satisfacciones individuales.
Ese hermoso escrito de Rilke, hoy más que nunca lleno de actualidad e importancia, ante la negación restrictiva que se impone a la juventud en esta sociedad dominada por troikas y poderes financieros agazapados, actúa sin duda como trasfondo de una sugestiva propuesta de una joven editorial. A mediados de 2014, esa editorial: Continta me tienes, publicó un libro en el que se recogían once cartas, diez de diversos creadores y una de una galerista, dirigidas a jóvenes artistas. Y a finales de ese mismo año, que acaba de terminar, aparece un nuevo volumen, en este caso con nueve cartas, dirigidas a jóvenes filósofas y filósofos, sobre el que quiero llamar la atención.


Como dice Jordi Claramonte, uno de los participantes en el mismo, puede resultar curioso elegir el género epistolar en un momento en que “ya casi nadie escribe cartas” (pg. 117). Pero ese “género”, precisamente, permite el establecimiento de un diálogo directo y abierto con un tú plural, fuera de solemnidades y distancias. En un tiempo en el que la esfera digital arrincona más que nunca el despliegue del lógos, en el sentido que ese término tenía en la Grecia clásica: a la vez pensamiento y lenguaje, el fluir del diálogo, la utilización de la carta implica una cierta recuperación del mismo, como palabra que fluye en el tiempo hacia las respuestas de los posibles interlocutores.
Aparte del género o tipo de escritura, ¿qué otros criterios se utilizan en el libro? En la contracubierta se afirma que en él se apunta una concepción de la filosofía “entendida como práctica y pensamiento, pero sobre todo como deseo, un deseo que no busca ser satisfecho sino alimentado por sí mismo.” Términos concretos y precisos que suponen una nueva actualización de lo que, etimológicamente, expresa ya el nombre filosofía: amor al saber.
También es importante otra cosa que se aclara en la preliminar Nota a la edición: “Con el adjetivo de «joven» pretendíamos designar no tanto una franja de edad como un pensamiento no conformado, abierto, y, sobre todo, deseante de ser conmovido.” (pg. 9). Algo que, claramente, se liga con lo anterior, con el amor o deseo de saber que constituye el núcleo de la filosofía, y sobre lo que incide con gran lucidez en su hermoso texto Jean-Luc Nancy,  generalizando la aplicación del término joven en el ámbito de la filosofía: “el filósofo es siempre joven, (…) la filosofía no puede vivir más que en la juventud, como juventud.” (pg. 15).
Debo decir que, a pesar de lo estimulante de su lectura, el resultado me ha parecido algo desigual. Las nueve cartas han sido escritas por Jean-Luc Nancy, Marina Garcés, Marc Richir, Fernando Broncano, Miguel Morey, Iván de los Ríos, Miriam Solá y Lucrecia Masson (en este caso, de forma conjunta, en lo que, como ellas mismas dicen, es más una especie de manifiesto que una carta), Jordi Claramonte y Julián Santos. En un sentido general, predomina en el volumen un “aire” de pensamiento post-estructuralista francés, y en algunos casos uno hubiera deseado un mayor grado de elaboración y consistencia.
Pero, como vengo diciendo, la iniciativa del libro es altamente sugestiva y estimulante. Las cartas son, en todos los casos, una expresión directa de la individualidad de algunos pensadores que, hoy, se buscan a sí mismos, y encauzan su deseo en la búsqueda del conocimiento, del saber. En esa diversidad se proyecta, precisamente, la dimensión plural, que siempre ha caracterizado a la filosofía. El núcleo de un pensamiento abierto que tiene su raíz en el diálogo (Platón) y que, por ello mismo, ha sido siempre la antítesis del dogmatismo y de cualquier variante del pensamiento autoritario, incluso del que se disfraza y disimula. Como, por ejemplo, el que se intenta imponer globalmente en el planeta hoy en día, en la afirmación de la hegemonía sin fisuras del capital financiero que, eso sí, se apoya, además de en los gobiernos sumisos, en la superioridad tecnológica y militar de lo que en su origen se denominó “complejo militar-industrial”, hoy día más sofisticado, potente y activo que nunca.
Frente a esa situación, abrir la mente de los ciudadanos al deseo de saber, a no dejarse llevar por la mera opinión canalizada por otros, es algo éticamente decisivo. Para todos los que buscamos la verdad, y no podemos contentarnos con la mera apariencia que encubre lo que realmente pasa. Como señala Miguel Morey en su magnífico texto, lo que hoy se da es “el vaciamiento de la opinión” y la tergiversación de lo que somos al caracterizar como “sociedad del conocimiento” una situación en realidad definida en términos empresariales, en la que “la información no es igual a conocimiento, sino el resultado de transformar en mercancía aquellas partes del conocimiento que sean convertibles” (pg. 87).
Frente a ello se alza la inutilidad pragmática de la filosofía. El deseo, la voluntad de saber, que no acepta compromisos ni acuerdos con el velo de la ignorancia extendido en el halo de lo espectacular. En definitiva, hoy más que nunca, todavía, siempre: filosofía.


* Cartas a jóvenes filósofas y filósofos; Anne-Françoise Raskin e Idoia Quintana, coordinadoras; Continta me tienes, Madrid, 2014. 148 pgs. 12€


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