Hoy, todavía, siempre: filosofía
En 1929,
Rainer Maria Rilke, uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo,
publicó en forma de libro sus Cartas a un
joven poeta. En ese libro, en efecto, se recogen diez cartas, escritas
entre 1903 y 1908, y dirigidas a un joven poeta cuyo nombre y eventual obra no
consiguieron fijarse en el agudo filtro del curso del tiempo. Sin embargo, esos
textos de Rilke no son sólo una de las mejores síntesis de su poética, de su
intensa manera de comprender el itinerario poético como un compromiso sin
límites con la vida y la humanidad, sino también una de las mejores incitaciones
a cualquier joven, a cualquier ser humano que sale de su adolescencia, para asumir
un compromiso con una vida creativa, con una voluntad de realización más allá
de las meras satisfacciones individuales.
Ese hermoso escrito de Rilke, hoy más que
nunca lleno de actualidad e importancia, ante la negación restrictiva que se
impone a la juventud en esta sociedad dominada por troikas y poderes financieros agazapados, actúa sin duda como trasfondo
de una sugestiva propuesta de una joven editorial.
A mediados de 2014, esa editorial: Continta
me tienes, publicó un libro en el que se recogían once cartas, diez de diversos
creadores y una de una galerista, dirigidas a jóvenes artistas. Y a finales de
ese mismo año, que acaba de terminar, aparece un nuevo volumen, en este caso
con nueve cartas, dirigidas a jóvenes filósofas y filósofos, sobre el que
quiero llamar la atención.
Como dice Jordi Claramonte, uno de los
participantes en el mismo, puede resultar curioso elegir el género epistolar en
un momento en que “ya casi nadie escribe cartas” (pg. 117). Pero ese “género”,
precisamente, permite el establecimiento de un diálogo directo y abierto con un tú plural, fuera de solemnidades y
distancias. En un tiempo en el que la esfera digital arrincona más que nunca el
despliegue del lógos, en el sentido
que ese término tenía en la Grecia clásica: a la vez pensamiento y lenguaje, el
fluir del diálogo, la utilización de
la carta implica una cierta recuperación del mismo, como palabra que fluye en
el tiempo hacia las respuestas de los posibles interlocutores.
Aparte del género o tipo de escritura,
¿qué otros criterios se utilizan en el libro? En la contracubierta se afirma que
en él se apunta una concepción de la filosofía “entendida como práctica y
pensamiento, pero sobre todo como deseo, un deseo que no busca ser satisfecho
sino alimentado por sí mismo.” Términos concretos y precisos que suponen una
nueva actualización de lo que, etimológicamente, expresa ya el nombre filosofía:
amor al saber.
También es importante otra cosa que se
aclara en la preliminar Nota a la edición: “Con el adjetivo de «joven» pretendíamos
designar no tanto una franja de edad como un pensamiento no conformado, abierto,
y, sobre todo, deseante de ser conmovido.” (pg. 9). Algo que, claramente, se
liga con lo anterior, con el amor o deseo de saber que constituye el núcleo de
la filosofía, y sobre lo que incide con gran lucidez en su hermoso texto
Jean-Luc Nancy, generalizando la
aplicación del término joven en el ámbito
de la filosofía: “el filósofo es siempre joven, (…) la filosofía no puede vivir
más que en la juventud, como juventud.” (pg. 15).
Debo decir que, a pesar de lo estimulante
de su lectura, el resultado me ha parecido algo desigual. Las nueve cartas han
sido escritas por Jean-Luc Nancy, Marina Garcés, Marc Richir, Fernando Broncano,
Miguel Morey, Iván de los Ríos, Miriam Solá y Lucrecia Masson (en este caso, de
forma conjunta, en lo que, como ellas mismas dicen, es más una especie de manifiesto
que una carta), Jordi Claramonte y Julián Santos. En un sentido general, predomina
en el volumen un “aire” de pensamiento post-estructuralista francés, y en
algunos casos uno hubiera deseado un mayor grado de elaboración y consistencia.
Pero, como vengo diciendo, la iniciativa
del libro es altamente sugestiva y estimulante. Las cartas son, en todos los
casos, una expresión directa de la
individualidad de algunos pensadores que, hoy, se buscan a sí mismos, y encauzan su deseo en la búsqueda del
conocimiento, del saber. En esa diversidad se proyecta, precisamente, la
dimensión plural, que siempre ha
caracterizado a la filosofía. El núcleo de un pensamiento abierto que tiene su
raíz en el diálogo (Platón) y que,
por ello mismo, ha sido siempre la antítesis del dogmatismo y de cualquier
variante del pensamiento autoritario, incluso del que se disfraza y disimula. Como,
por ejemplo, el que se intenta imponer globalmente en el planeta hoy en día, en
la afirmación de la hegemonía sin fisuras del capital financiero que, eso sí,
se apoya, además de en los gobiernos sumisos, en la superioridad tecnológica y
militar de lo que en su origen se denominó “complejo militar-industrial”, hoy día
más sofisticado, potente y activo que nunca.
Frente a esa situación, abrir la mente de
los ciudadanos al deseo de saber, a no dejarse llevar por la mera opinión canalizada por otros, es algo éticamente
decisivo. Para todos los que buscamos la
verdad, y no podemos contentarnos con la mera apariencia que encubre lo que
realmente pasa. Como señala Miguel Morey en su magnífico texto, lo que hoy se
da es “el vaciamiento de la opinión” y la tergiversación de lo que somos al
caracterizar como “sociedad del conocimiento” una situación en realidad definida
en términos empresariales, en la que “la información no es igual a
conocimiento, sino el resultado de transformar en mercancía aquellas partes del
conocimiento que sean convertibles” (pg. 87).
Frente a ello se alza la inutilidad pragmática
de la filosofía. El deseo, la voluntad de saber, que no acepta compromisos ni
acuerdos con el velo de la ignorancia extendido en el halo de lo espectacular.
En definitiva, hoy más que nunca, todavía, siempre: filosofía.
* Cartas
a jóvenes filósofas y filósofos; Anne-Françoise
Raskin e Idoia Quintana, coordinadoras; Continta me tienes, Madrid, 2014. 148
pgs. 12€
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