Ver en el tiempo
La personalidad creativa de
John Berger es –sigamos empleando el tiempo presente– tan intensa, tan
persistente, que consigue provocar el giro de nuestra mirada, el despertar de
la interrogación, el deseo de conocer. Tras estudiar arte, inició su
trayectoria como pintor, y sus obras se expusieron en Londres a finales de los
años cuarenta. Pero de ahí se abrió a la escritura, en un registro plural,
poliédrico. Primero, crítica de arte, y a partir de ahí: novela, ensayo,
poesía, teatro, guión cinematográfico. La pluralidad de su escritura es, en
realidad, un eco o reflejo de la pluralidad de las formas que nuestra mirada es
capaz de aprehender cuando llega a ser visión.
John Berger
La diferencia entre mirar y
ver constituye uno de los ejes centrales de la escritura de John Berger, y
desde luego el núcleo de su importantísima aportación en el ámbito de la teoría
y la crítica de arte. En Modos de ver (1972),
uno de sus primeros libros en esa disciplina, Berger planteaba que ver va antes
que las palabras, que es la visión lo que establece nuestro lugar en el mundo.
Pero también que no es lo mismo el acto de mirar [looking] que el de ver [seeing]:
la vista [sight] conlleva
comprensión, conocimiento.
Su manera de entender la
crítica de arte va en esa línea: trazar, de forma abierta, un itinerario que
nos permita llegar a la visión de las obras. De forma abierta, porque sus
textos críticos integran, además de la escritura conceptual, poemas e imágenes:
dibujos, fotografías, reproducciones… A partir de esa diversidad expresiva,
John Berger plantea un diálogo directo con las obras y los artistas, teniendo
siempre en cuenta sus trasfondos sociales y culturales.
John Berger - Dibujo.
Esa atención a los contextos
del arte, lejana de los planteamientos historicistas y sociologistas, permite
fijar el anclaje de las obras en el tiempo, y con ello, a la vez, entender los
motivos de su perduración, cuando ésta se produce. El propio John Berger, en
“La obra de arte”, un texto de 1978,
sitúa la raíz de su método teórico en los planteamientos del gran estudioso
Frederick Antal (1887-1954), a quien consideraba su “maestro”: “Él era mi
maestro, él me animaba, y a él le debo una gran parte de lo que entiendo por
historia del arte.”
Así, su escritura sobre el
arte pone en cuestión los tópicos idealistas. En concreto, en lugar de concebir
el trabajo artístico como “creación”, con todos los ecos espiritualistas que
esa categoría conlleva, John Berger lo caracteriza como un trabajo de recepción,
de “dar forma” a lo recibido. Es lo que podemos leer en un texto de 1995,
“Pasos hacia una pequeña teoría de lo visible”: “La ilusión moderna en relación
con el arte (…) es que el artista es un creador. Más bien es un receptor. Lo
que parece una creación no es sino el acto de dar forma a lo que se ha
recibido.”
John Berger: Las Euménides - San Juan (1991).
Carboncillo, 65,5 x 50 cm.
Con ello se abre una
consideración no elitista del arte, en la que se destaca la importancia de su
recepción por los públicos y la creciente asistencia de los mismos a los
museos. En estos, según Berger, encontramos “lo visible de otras épocas”, y eso
nos hace sentirnos “menos solos” frente a lo que vemos aparecer y desaparecer
todos los días. Es decir, lo decisivo del arte es que en él se establece la
continuidad, la permanencia de lo visible.
En este mismo texto, cuando
las redes digitales estaban apenas en sus inicios, John Berger llama la
atención sobre cómo la tecnología permite separar con facilidad lo aparente de
lo existente, con la finalidad básica de intensificar el consumo, de llevarnos
a “la próxima compra”. “Vivimos” –afirma– “en un espectáculo de ropas y
máscaras vacías.” Frente a ello se sitúa el arte, que individualiza y separa la
forma, y en particular la pintura, que con su carácter estático rescata la
imagen del flujo incesante del movimiento mediático. La pintura, “este
silencioso arte que detiene todo lo que se mueve.”
John Berger - Dibujo.
Es interesante, en este
punto, subrayar el diálogo de John Berger con algunos artistas españoles,
especialmente con Goya, Picasso y Juan Muñoz. Con este último escribió en
colaboración el texto de una obra teatral: ¿Será
un parecido?, que fue teniendo diversas representaciones a partir de 1996.
Al inicio de la obra, y tras contemplar El
perro, una de las pinturas negras de Goya, se dice: “Y llegamos a la
conclusión de que era mejor ver cuadros en la radio que en la televisión. En
una pantalla de televisión no hay nunca nada quieto y ese movimiento hace que
la pintura deje de serlo. En la radio no vemos nada, pero podemos escuchar el
silencio. Y todo cuadro tiene su propio silencio.”
El arte nos da silencio.
Detenimiento de la imagen. Quietud. Nos permite ver. En el nuevo Prefacio que
John Berger escribió en 1987, para su libro Éxito
y fracaso de Picasso, publicado originalmente en 1965, sitúa la importancia
artística del malagueño en que su obra se ubica en la frontera entre la
presencia y la ausencia, núcleo central de toda pintura. Y por ello: “Picasso
fue el maestro de lo inacabado –no de la obra inacabada, sino de la experiencia
de lo inacabado.”
John Berger
Una cuestión que se relaciona
directamente con la unión de lo visible
y el tiempo: “La pintura es el arte
que nos recuerda que el tiempo y lo visible nacieron juntos, como un par. El
lugar en el que se engendraron es la mente humana, que puede disponer los
acontecimientos en una secuencia temporal y las apariencias en un mundo visto.”
Últimamente, en 2013, John
Berger presentó junto a su hijo Yves una muestra de dibujos y obra gráfica: Disparate de Fuendetodos, en el pueblo
natal de Goya, en cuyo catálogo escribió: “Yo miro, trato de ver.” Y ésta es,
en definitiva, la aportación decisiva que encontramos en los textos de teoría y
crítica de arte de John Berger: la visión
en el tiempo. El arte activa un eco continuo del paso del tiempo, de la
fugacidad de la vida y de la experiencia humanas, y lo fija en la duración de
la visión.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.265, 14 de enero de 2017, pp. 4-5.
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