Escultor de palabras
Uno
de los aspectos que más impresiona en el trabajo artístico de alcance es su
capacidad para interrogar lo que nos rodea y no siempre vemos ni sentimos. La
trayectoria de Ricardo Calero (Villanueva del Arzobispo, Jaén, 1955; aunque
desde 1956 reside en Zaragoza) ha tenido y tiene en todo momento su núcleo en
esa capacidad de interrogación. Ricardo Calero es escultor, pero como artista
de nuestro tiempo su dinámica creativa se despliega en un proceso multimedia,
que integra además de la obra de tres dimensiones el dibujo, el collage, la
fotografía, el vídeo, las acciones documentadas, y las instalaciones.
A
todo ello podemos acceder en esta excelente muestra que recoge un conjunto de
sus obras que va desde 1984 a 2019. La presentación no tiene un orden
cronológico, sino que se articula poética y conceptualmente en siete estancias
con los rótulos: Ausencias, Vacíos del silencio, Pulsiones de luz, Al alba,
Sueños en el mar, Memoria del natural, y Pensar el sentir.
Lo
que vamos viendo en el recorrido nos lleva desde fuera a dentro, de lo externo
al interior de nuestra sensibilidad y nuestra mente. Los distintos soportes nos
conducen a través de la materialidad, las palabras inscritas y el silencio. Nos
desplazamos sintiendo aquello que nos falta: las ausencias, las palabras, la
luz, el amanecer, los sueños acuáticos, la naturaleza viva y lo sensible.
Reflejos
de la vida de hoy, en la que el ruido incesante y absorbente casi no deja
espacio para la significación del sonido y el habla de lo sensible. Ricardo
Calero nos lleva, haciendo pensar las imágenes, al contraste con una naturaleza
devastada, o a esos flujos de migraciones humanas contenidos por fronteras no
siempre visibles pero de una efectividad plena.
Vemos
las letras caídas en la tierra o en los suelos urbanos, sin capacidad para
formar palabras. Los pasaportes sobrevolando el mar, yendo de una mano a otra,
o plenamente deteriorados, así como el barco fragmentado, caído en un mar de
letras, las mochilas y las maletas del viaje a ninguna parte. Y también las
imágenes de flores, ramas y trozos de árbol caídos, así como las huellas
vegetales que el curso del tiempo fija en los papeles. Todo ello, un flujo
abierto, entre la memoria y el olvido. Y no faltan las imágenes de las sillas,
que son para Ricardo Calero símbolos del diálogo: situándonos en ellas podemos
oír y hablar, intercambiar palabras vivas.
En
todo ese recorrido por sus obras es obvio el eco de Las ensoñaciones del paseante solitario, de Jean-Jacques Rousseau,
en las que se modula un andar a solas en la naturaleza que permite establecer
un diálogo con ella. Y también el del paseante en la ciudad sin rumbo fijo, el flâneur de Charles Baudelaire, quien
puede ver ante sus ojos lo maravilloso allí donde los que van apresurados no
son capaces de ver nada. Un trasfondo que nos conduce a la filosofía, como el
propio Calero reconoce, escuchando así también en sus obras ecos de El ser y la nada, de Jean-Paul Sartre.
Pero,
eso sí: lo que queda claro al final, en síntesis, es que Ricardo Calero es un
escultor. Pero un escultor bastante especial, pues lo que hace es identificar
las palabras que dan sentido, ya que según considera todo escultor analiza las
formas, y la palabra es la primera forma de expresión. De eso se trata: de dar
forma a las palabras, de rescatar sus formas del silencio para hacerlas pasar a
nuestra sensibilidad y nuestra mente. Ricardo Calero, escultor de palabras.
* Ricardo
Calero: espacios del sentir. Comisariado:
Rosina Gómez-Baeza y Lucía Ybarra. La Lonja, Zaragoza. Del 7 de mayo al 4 de
julio de 2021.
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