El carnaval de las imágenes
Hay exposiciones y
exposiciones. Ésta, sin ningún tipo de duda, marcará época. Coincidiendo con el
quinientos aniversario de su muerte, el Museo del Prado ha conseguido reunir el
más completo y extraordinario conjunto de obras de El Bosco (h. 1450-1516). Así le llamamos nosotros, en español,
aunque en realidad se llamó Jheronimus van Aken y firmó sus obras como Jheronimus
Bosch, en referencia al nombre de la ciudad donde nació y vivió:
‘s-Hertogenbosch. Esta ciudad, que en español se conoce como Bolduque y en
francés como Bois-le-Duc, está situada al norte de lo que fue el ducado de
Brabante, en la actual Holanda.
El Bosco perteneció a una
familia de pintores que trabajaron durante seis generaciones, primero en Nimega
(ducado de Geldre) y después en ‘s-Hertogenbosch. Aunque existen muchas lagunas
en su biografía, se ha podido documentar que el Bosco no tuvo descendencia y
que allí vivió: en ‘s-Hertogenbosch, en la que entonces era la céntrica plaza
del mercado, entre 1462 y 1516.
El
Bosco: Tríptico
del jardín de las delicias (h. 1490-1500).
Óleo
sobre tabla. 185,8
x 172,5 cm. (tabla central); 185,8 x 76,5 cm. (tablas izquierda y derecha).
Museo Nacional del Prado, Madrid. Depósito de Patrimonio Nacional.
En la exposición se presentan
53 obras. Entre ellas, 21 pinturas y 8 dibujos originales de El Bosco, lo que
supone más del 75% de la producción que hoy día se conserva de este artista
único e irrepetible. A lo que se une una serie de estampas, relieves,
miniaturas y obras de su taller y de otros artistas que permiten contextualizar
plenamente su trabajo. Todo ello se articula en siete secciones: I. El Bosco y ‘s-Hertogenbosch,
II. Infancia y vida pública de Cristo, III. Los Santos, IV. Del Paraíso al
Infierno, V. El jardín de las delicias, VI. El mundo y el hombre: Pecados
Capitales y obras profanas y VII. La Pasión de Cristo. Los títulos de las
mismas reflejan algo obvio y acorde con la época en la que El Bosco vivió: el
predominio en su obra de la temática religiosa.
El
Bosco: El hombre-árbol (h. 1500-1510).
Tinta parda a pluma, 22,7 x 21,1 cm.
Albertina, Viena.
Pero lo que percibimos de
inmediato es que el trasfondo religioso de sus dibujos y pinturas se confronta a
la vez con toda una serie de variaciones sobre la representación de la vida
humana, diseñada como un itinerario abierto, y en el que la visión y búsqueda
del Paraíso choca con todo tipo de desviaciones mundanas y cae en el fuego y
las tinieblas de los infiernos. Esto es lo que, más allá de su intensísima
calidad pictórica, nos trae al Bosco de ayer a hoy en plenitud: la originalidad
de sus imágenes, de sus motivos iconográficos, la fuerza de su plasmación de la
humanidad asediada en imágenes metamórficas y vulneradas, están en la raíz y
persistencia de su actualidad en este mundo de imágenes envolventes e
hipnotizadoras en que hoy vivimos.
El
Bosco: El
nido del búho (1505-15).
Tinta parda a pluma, 14 x 19,6 cm.
Museum
Boijmans Van Beuningen, Róterdam.
Las obras reunidas se
presentan en un montaje limpio, deslumbrante, que estimula el recorrido y la
visión de cada una de ellas. Es importante también destacar el impresionante
trabajo de investigación de la comisaria Pilar Silva Maroto, como refleja el excelente catálogo publicado, con
textos de gran cualificación científica y la reproducción de todas las piezas y
elementos expuestos con informaciones actualizadas y precisas. A todo ello se
une un importante conjunto de actividades y producciones complementarias
programadas por el Museo.
El Bosco: Visiones del Más Allá (tablas de un políptico) (1502-1503).
La ascensión al Empíreo, 88,8 x 39,6 cm.
Gallerie dell’Accademia, Venecia.
El
Bosco: Visiones
del Más Allá (tablas
de un políptico) (1502-1503).
El Infierno, 88,8 x 39,6 cm.
Gallerie
dell’Accademia, Venecia.
Siempre he pensado que una de
las mejores vías para introducirse a fondo en el universo plástico de El Bosco
es tener en cuenta los análisis del pensador y teórico literario ruso Mijaíl
Bajtín (1895-1975) acerca de la cultura popular en la Edad Media y el
Renacimiento, en su caso en relación con la obra literaria de François Rabelais.
Bajtín señala la importancia de las fiestas de Carnaval, en las que tenían
lugar ceremonias y rituales conducidos por la risa, la burla, la ridiculización
de los poderes eclesiástico y feudal, y todo tipo de juegos de bufones y
disfraces, que introducían una dualidad
en la percepción del mundo y de la vida humana (lo popular frente a lo
oficial), así como toda una serie de prácticas de inversión de los papeles y las funciones sociales temporalmente
permitida.
El
Bosco: Tríptico del carro de heno (h. 1512-1515).
Óleo sobre tabla, 133 x 100 cm. (tabla central); 136,1 x 47,7 cm. (tabla
izquierda); 136,1 x 47,6 cm. (tabla derecha).
Museo Nacional del Prado, Madrid.
Eso es lo que yo veo y siento
en los dibujos y pinturas de El Bosco: la celebración contínua de un carnaval de las imágenes, en el que
podemos apreciar todo un juego de metamorfosis. Uno se convierte, se transforma,
en las más variadas y diversas cosas y figuras, incluso aquellas que sólo
cobran vida en los sueños. Los personajes raros, estrafalarios, mitad seres
humanos-mitad animales, mitad seres humanos-mitad plantas, las edificaciones ilusorias
de todo tipo... nos permiten ver los
flujos y derivas más interiores de nosotros mismos. Aquello que también somos,
aunque habitualmente no vemos. Y fíjense, presten atención a la presencia
habitual en la obra de El Bosco de personajes que miran la acción, lo que pasa,
desde dentro de la pintura. Está
claro, son un reflejo de nuestra mirada: la expresión de un movimiento, como el
nuestro, de nuestro deseo, que nos lleva a mirar para intentar ver.
Así que las tentaciones que
asedian a San Antonio son también las nuestras: todos las llevamos dentro. Y
por eso, no podemos ignorar nuestra parte animal (“el animal de fondo”, decía
Nietzsche), e incluso la similitud viviente con los organismos vegetales. No
sólo con los demás seres humanos, somos en el sentido más amplio semejantes con: parte de todo lo
viviente. Y esto es lo que el Bosco nos da con la fuerza de su mirada y la
intensidad plástica de su representación: yo le veo a él en el búho silencioso
que mira desde dentro en su pintura, impasible, el dinamismo continuo, el movimiento,
la acción, los seres que se desplazan, que caminan, que suben y bajan. El
quebradizo itinerario de la vida.
* el Bosco. La exposición del V Centenario. Comisaria : Pilar
Silva Maroto. Museo del Prado, Madrid, 31 de mayo – 11 de septiembre de 2016.
Me gustaría saber su opinión sobre la intencionalidad del Bosco en cuanto a la significación del jardín de las delicias. Estos días he leído muchos comentarios sobre esta obra y aunque se que es todo muy especulativo, me llama la atención que no se mencione en ningún lugar, el hermoso texto que José Ángel Valente incluye en su libro " Elogio del Calígrafo", sobre la idea de " jardín" y su referencia al cuadro, en el capítulo " la lengua de los pájaros".
ResponderEliminarSaludos
Estimada Sigma, La interpretación de 'El jardín de las delicias' tiene que ser así, plenamente abierta. Para mí es, ante todo, una síntesis visual de las exaltaciones,o momentos de intensidad, y de aquellas situaciones de perturbación y caída que caracterizan la vida humana.
ResponderEliminarJosé Ángel Valente, con quien mantuve una intensa relación personal de amistad, está siempre presente: gran poeta y pensador, y sin duda uno de los mejores intérpretes de El Bosco, que se desliza continuamente en su pensamiento y en su escritura. Un saludo cordial.