Escenografías del vacío
Ha vuelto. A pesar de su
trágica muerte prematura, en el momento más alto de su trayectoria. Aunque, en
realidad, nunca se fue: su mirada y su palabra incisivas, desplegándose en las
formas abiertas de sus piezas: conversaciones en el vacío, han seguido muy
presentes. Mostrándonos así hasta qué grado la interrogación artística, cuando
está plena de sentido y de fuerza, permanece en el tiempo.
Two Figures one laughing at one hanging [Dos figuras, una riéndose de una que cuelga] (2000).
Resina de poliéster, pigmento natural, lienzo, cable de acero.
El que ríe, 115 x 50 x 55 cm.; el que cuelga, 60 x 140 x 65 cm.
Juan Muñoz, que falleció en
agosto de 2001 apenas cumplidos los 48 años, poco más de dos meses después de
la presentación en la Tate Modern de Londres de su extraordinaria Doble
atadura (Double Bind), que causó
auténtica sensación en la escena internacional del arte. Se trataba de una gran
instalación con 37 figuras humanas, de un metro de altura, fabricadas con
resina, distribuidas en dos pisos, concebida como expresión plástica y
escenográfica de la esquizofrenia característica del mundo en el que vivimos.
Sobre ella, poco antes de su inauguración, decía Juan Muñoz: "Dos niveles
geológicos, dos estratos de significación."
Juan se marchó demasiado
pronto, pero nos dejó sus obras. En ellas depositó esa capacidad de
interrogación que tan brillantemente sabía poner en juego personalmente con su
palabra imaginativa y veloz. Juan es una de las personas de mente más rápida
que he conocido en toda mi vida. Y ese rasgo impregna su trabajo. Poner en juego es la expresión más justa
para lo que quiero decir: el trabajo artístico de Juan Muñoz es el de un
prestidigitador, aquel que con sus manos, sus gestos y sus palabras nos hace
mirar en una dirección que nos permitirá percibir lo insólito. Aunque sea una
ilusión.
Walking with a Glove [Caminando con un guante] (2001).
Bronce con pátina gris, 145 x 80 x 35 cm. Base, 55 x 55 cm.
Ahora, Juan ha vuelto a
Madrid, donde nació, con una hermosa exposición de síntesis que nos permite
adentrarnos en su universo plástico, frágil y sutil, espejo de las sombras y
extravíos que nos habitan. Con un montaje limpio, que permite un diálogo íntimo
y directo con las piezas, se han reunido para la ocasión cinco obras
escultóricas, dos pinturas y un grabado, en todos los casos de gran calidad.
Las figuras escultóricas se
desdoblan, juegan entre sí, conversan, ríen, se cuelgan del techo desde la boca
o se deslizan por el suelo riéndose, se sitúan en dualidad frente al espejo, en
el que inevitablemente también nos introducimos nosotros. Sobre un denso fondo
negro, las pinturas y el grabado representan escenas interiores en las que
habita la ausencia, con muebles, sin nadie, espacios vacíos que destilan el
murmullo de la soledad.
Raincoat Drawing IV [Dibujo chubasquero IV] (1988-1989).
Óleo en barra sobre lino montado sobre cartón, 180 x 120 cm.
Sentimos como si estuviéramos
hablando en el silencio, riéndonos sin saber por qué, suspendidos como
acróbatas sin serlo, reflejados en un espejo sin fin, con la única compañía de
los muebles solitarios y desolados. Juan Muñoz nos introduce en “su” escena, en
la que gravita una extraña y profunda melancolía. Por eso, hablar de él simplemente
como escultor es limitar el sentido y alcance de su trabajo. Juan construía escenografías, piezas de conversación, itinerarios
hipnóticos, que crean en el espectador el vértigo de la caída.
De ahí brota lo insólito, lo
insospechado, con la utilización de figuras supuestamente distantes, fuera de
lugar, encaramadas en los muros, en balcones. O también con rasgos diferentes:
los chinos, tan presentes en su obra, que aunque parecen distintos sin embargo
no son otra cosa que el reverso de nosotros mismos, el otro lado de la mirada. Esos
desplazamientos, la dualidad de niveles y de sentidos, subrayan que la mirada
es, ante todo, coreografía, una
especie de danza silenciosa en la que intentamos superar la habitual
imposibilidad del diálogo entre seres humanos.
One Laughing at the Other [Uno riéndose del otro] (2000).
Bronce, resina de poliéster y acero. Izqda., 118 x 62,5 x 52,5 cm.; drcha., 145 x 130 x 60 cm.
Lo que así experimentamos, en
último término, es una intensa experiencia de dualidad, de simulación y fingimiento, tan característica de la
condición humana. La densidad estética, la profunda belleza de las piezas de
Juan Muñoz, brota de esa sensación difusa de pérdida, de derrota y soledad, que
todos llevamos en lo más profundo del corazón. En la cercanía y distancia que
nos transmiten a la vez sus piezas, en su carácter insólito, encontramos una
propuesta plástica que va más allá de la escultura, produciendo una auténtica
expansión de la misma: el valor expresivo del rostro, la voz no formulada, la
mímica, la expresión de las figuras, la danza de los cuerpos. La escenografía,
en fin. Estas figuras, que son las nuestras, y que nos hacen percibirnos como
extraños.
Sin título (2001).
Resina de poliéster, espejo y madera, c. / u. 150 x 60 x 80 cm.
De esa forma, nuestra manera
de ver el mundo se renueva, se abre a espacios inadvertidos. Lo más próximo se
torna lejano. Y lo lejano, o exótico, se envuelve en el halo de lo cotidiano. Este
artista de la ilusión, este explorador de los mundos ocultos, era ante todo un
habitante de los territorios de la poesía. No creo que el sentido de su obra
pueda reconstruirse buscando referencias o contrastes iconográficos. Juan era
un investigador del lenguaje: de las derivas vacías de la palabra, de la
incomunicación. Y también un gran estudioso de la arquitectura, de la más
vanguardista a las variantes de arquitectura popular, en las que buscaba los
ámbitos del vivir, los espacios que dan la medida de los seres humanos.
* Juan Muñoz. Galería Elvira González, General
Castaños, 3, Madrid. Del 20 de enero al 30 de marzo.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.218, 23 de enero de 2016, pp. 18-19.
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