Desnudar el color
Aunque su obra ha sido objeto
de atención en importantes exposiciones internacionales en las últimas décadas,
esta muestra de Pierre Bonnard (1867-1947) es la primera en España desde la que
pudo verse también en Madrid, en la Fundación Juan March, en 1983. Se trata de
una producción conjunta de la Fundación MAPFRE, el Musée d’Orsay de París y los
Fine Arts Museums of San Francisco.
El hombre y la mujer [L'Homme et la femme] (1900).
Óleo sobre lienzo, 115 x 72,3 cm. Musée d’Orsay, París.
Articulada en 8 secciones:
Japonismo, Interior, Intimidad, Retratos escogidos, Ultravioleta, Las grandes
decoraciones, Obra sobre papel y Fotografía, la exposición plantea una síntesis
completa, con un planteamiento a la vez temático y cronológico, de la
trayectoria artística de Bonnard. En ella, pueden verse 75 pinturas, algunas de
ellas de una calidad excepcional, 10 0bras sobre papel y 50 fotografías, a
través de las cuales se alcanza plenamente el objetivo antes mencionado.
La muestra es magnífica,
aunque cabe hacer una pequeña objeción: la presentación de las fotografías,
todas ellas de pequeño formato y con un carácter documental, con el mismo rango
en el montaje que las obras artísticas, lo cual es un sinsentido. Está bien
mostrarlas, pero como documentos, y por tanto con un tratamiento diferenciado
del que se da a las pinturas y al escaso número de obras sobre papel.
Bañera, o El baño [Baignoire ou Le Bain] (1925).
Óleo sobre lienzo, 86 × 120,6 cm. Tate Gallery, Londres.
La figura de Pierre Bonnard
despunta en la escena del final de siglo parisino, como uno de los fundadores
del grupo de los Nabis (adaptación al francés de una palabra hebrea que vendría
a significar Profetas), cuya primera exposición tuvo lugar en 1891. En ese
grupo fue central la huella de Paul Gauguin, así como un planteamiento
espiritualista que ya transmite de forma explícita el nombre elegido.
A partir de esos inicios,
Bonnard fue desplegando una trayectoria propia, con rasgos plenamente
individuales, cercanos tanto a las estéticas simbolistas como a las fauvistas, pero a la vez diferentes, con
un tratamiento de la figuración más fiel a la tradición que a la ruptura. Hay
un eje que marca toda esa trayectoria: el
color, que constituye el núcleo de toda su obra, y que para él establecía
la raíz de la expresividad pictórica.
El boxeador (retrato del artista) [Le Boxeur (portrait de l'artiste)] (1931).
Óleo sobre lienzo, 54 × 74,3 cm. Musée d’Orsay, París.
Ese flujo desnudo del color,
articulando formas y figuras, cercanías y distancias, te lleva de un lado a
otro en sus pinturas, en las que siempre se busca un tono anti-solemne, de
proximidad, intentando llevar la mirada, tanto del pintor como de los públicos,
hacia dentro. Sus puntos de atención
van de la vida cotidiana, la intimidad, las escenas de familia con animales
domésticos (sobre todo, gatos), a la ilustración gráfica y a la decoración
(pictórica) de interiores.
El color irradia en todo
momento. Pero quiero destacar dos aspectos de este magnífico pintor que la
muestra permite apreciar en toda su intensidad. En primer lugar, las escenas y
situaciones que se presentan bajo la rúbrica Intimidad, en las que predominan
las representaciones de desnudos femeninos en el aseo, en el cuarto de baño. El
pintor del color es un voyeur, un mirón, en cuya obra late la huella de
esa mirada fetichista que se hizo explícita por vez primera en Edgar Degas, y
que tanta impresión causó también en Pablo Picasso.
Autorretrato [Autoportrait] (1945).
Óleo sobre lienzo, 56 × 46 cm. Fondation Bemberg, Toulouse.
En esa línea, desnudar el
color llevaba implícito en Pierre Bonnard desnudar la mirada. Y no sólo a
través de la plasmación fetichista del deseo, con un amplio recurso a los
juegos de espejos, representados en las pinturas de los cuartos de baños, que a
su vez son en sí mismas espejos de todos los que las miramos. Desnudar la
mirada conlleva también, en último término, desnudarse a uno mismo, hasta el fondo,
en las oscilaciones del color que brota de dentro, en los autorretratos.
No se los pierdan: hay en la
muestra nada menos que seis autorretratos que, para mí, junto a los desnudos en
el cuarto de baño, constituyen lo mejor de Bonnard. En el primero, cronológicamente,
El hombre y la mujer (1900) da una
imagen de sí mismo, desnudo, junto a la mujer, también desnuda, en el dormitorio.
Y así, a través de otros cuatro excepcionales, llegamos hasta el último,
fechado ya en 1945, donde el rostro en el espejo del color nos transmite la
visión del inevitable final.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.201, 26 de septiembre de 2015, p. 22.