Inmateriales
Los velos de la carne
José Jiménez
Maravillosa exposición la que el Museo del Luxemburgo, en París, consagra al gran pintor renacentista alemán Lucas Cranach (1472-1553). Hijo y padre de pintores: se le conoce con el apodo de "el Viejo" para distinguirle de su hijo, llamado también Lucas, en este caso "el Joven". Cranach forma parte de una extraordinaria generación de artistas, entre los que destacan Hans Baldung Grien, Matthias Grünewald y, sobre todo, Durero, quien sin duda ejerció una importante influencia, tanto temática como estilística, sobre él. Aunque están también fuera de duda el fuerte carácter personal y la excepcional calidad de su obra. El comisario: Guido Messling, ha reunido 75 obras de Cranach y de otros artistas contemporáneos, que nos restituyen una profunda visión de la época, en un montaje íntimo y nada grandilocuente que permite un magnífico diálogo del espectador con las piezas.
Nacido en la Alta Franconia, en lo que es hoy una de las siete regiones administrativas del estado alemán de Baviera, Cranach inició su trayectoria como pintor en Viena, donde estuvo activo entre 1500 y 1504. Al año siguiente, fue nombrado pintor oficial de la corte del Príncipe Elector de Sajonia, Federico el Sabio, quien se convertiría en su protector. Durante casi cincuenta años, Lucas Cranach estaría a su servicio y al de sus sucesores. En 1508, como recompensa a sus servicios, recibe como blasón la figura de una serpiente alada, que desde entonces utilizaría como firma de sus obras. Tras la muerte en 1537 de su hijo Hans durante un viaje a Italia, modificaría la figura representando a partir de ese momento a la serpiente con las alas caídas. En más de un sentido, Lucas Cranach anticipa a Rubens. Recibió encargos de carácter "diplomático" de Federico el Sabio, y viajó por Europa, entre otros lugares a Flandes, donde gobernaba Margarita de Austria, cuya corte reunía a destacados hombres de letras y artistas. Y también, de forma similar a lo que pasaría tiempo después con Rubens, el éxito público y la demanda de sus obras llevaron a Cranach a organizar su taller para poder dar respuesta a la misma. Su hijo Lucas lo dirigiría durante largo tiempo después de su muerte.
La muestra permite apreciar la dignidad que Cranach se atribuía a sí mismo, como pintor, tomando como punto de partida su Autorretrato, de 1531. Las obras de carácter religioso destacan por su composición abigarrada, por la capacidad de Cranach en la modulación de las escenas, así como por su intensidad cromática. Destacable es, también, la calidad de sus retratos, entre ellos los de Federico el Sabio, Margarita de Austria, Philipp Melanchthon o Martín Lutero, y que nos dan en su vivacidad todo un fresco de la época. Cranach llegaría a ser amigo de Lutero, e ilustraría su versión de la Biblia (1534).
Lucas Cranach, "el Viejo": Alegoría de la Justicia (1537).
Óleo sobre tabla, 74 x 52 cm. Colección privada.
Viendo sus obras, se puede percibir en todas ellas la centralidad de la representación de la carne, del cuerpo humano. Aunque lo que más atrae a nuestra sensibilidad actual son sus representaciones de figuras femeninas, dotadas de una fuerza y energía especiales. Es impresionante el aliento erótico que fluye de las mismas. Incluso cuando se trata de exaltar la pureza y la fidelidad matrimonial, como en el caso de la figura de Lucrecia, el desnudo entre las pieles, el cuello y el pecho descubiertos con joyas, y la mano que sostiene el puñal nos sitúan en ese ámbito para el que Georges Bataille acuñó la fórmula de "las lágrimas de Eros". Una dimensión fetichista aparece claramente en el cuadro que representa a Venus desnuda, pero con un sombrero, frente a un pequeño Amor también desnudo. Adán y Eva (hacia 1510), La Ninfa de la fuente (1537) y, sobre todo, la Alegoría de la Justicia (1537), expresan la exaltación del cuerpo desnudo, especialmente del femenino, en una vertiente de acusada sensualidad. En las dos últimas pinturas mencionadas, auténticas obras maestras, Cranach juega con tenues veladuras superpuestas a la carne: el deseo nos induce a mirar, a intentar ver a través. En una época de intenso rigorismo moral, este gran pintor de la carne mórbida da cuerpo y figura a la llama del deseo.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 990, 26 de marzo de 2011, p. 28.